martes, 20 de noviembre de 2012


 Esta no es la experiencia que yo andaba buscando. Yo quería corazones sin espinas. 

sábado, 17 de noviembre de 2012

Somos un desastre.



Érase que se era una vez, dos y tres veces un niña imantada-
Vivía en una casa de paja, sin ningún tipo de eletrodoméstico y estudiaba allí por su cuenta porque si salía a la calle, todo lo metálico acababa pegándose al imán que colgaba de su pecho
Se hartaba de que todos la miraran como si llevase un imán gigante en la cara.
Oh,oh. Era justo eso lo que ocurría.
No era justo que se rieran de ella. El vecino tenía alas y dos calles más abajo vivía Betty, la niña de las zanahorias en la cabeza.
Pero no se reían de ella por tener un imán. Aquello era lo menos importante.
Se reían de ella porque era diferente, porque se paseaba con un libro en la mano, bailaba por la calle y cantaba en el autobús.
Por eso decidió que no quería salir de casa. Al principio no le importaba lo que pensaran de ella, pero acabó afectándole mucho.
Hasta el día en que tuvo que salir a comprar manteca de cacahuete a la tienda de la esquina porque se le habían acabado las reservas de la despensa.
Al entrar, agachó la cabeza para evitar cruzarse con las miradas de los demás niños, y cuando llegó al pasilo de las mermeladas se encontró con un chico al que no había visto nunca. Estaba bailando y cantando, con unos auriculares de diadema rojos en la cabeza.
La niña imantada sonrió y él se quitó el auricular de una oreja, le tendió la mano y dijo: "Hola, soy el amante guisante!"
Y fueron felices y comieron manteca de cacahuete con galletas Oreo!
Fiiiin ^^


viernes, 16 de noviembre de 2012

Nunca me ha gustado llamar la atención, pero en cambio siempre he sido el tipo de chica que se sube a las barras de los bares a salpicar cerveza con los tacones embarrados.



martes, 13 de noviembre de 2012

PEQUEÑECES

Yo no veo lo que ve todo el mundo en el Paseo de Gracia. No me fascinan los edificios descomunales, ni las tiendas caras, ni la Pedrera, ni la Casa Batlló. No me fijo en los grupos de japoneses con cámaras, ni en la cantidad de luces de Navidad que cuelgan apagadas entre las dos aceras. 
Es todo tan desproporcionado que no me queda más remedio que perderme en las cosas pequeñas: 
En la chica de los ojos grises que anda deprisa y con mala cara para llegar a la farmacia. 
En las diminutas flores naranjas que adornan algunos tramos en medio de todo el gris. 
En los zapatos de charol rojo de estilo años 20.
 En que hay un McDonalds entre dos tiendas cuyo nombre nombre no recuerdo, pero seguro carísimas. 
En la bicicleta con silla para un niño que está enganchada a la señal de "No estacionar. Se avisa a grúa.".

     Y en esas  cosas. Pequeñeces



lunes, 12 de noviembre de 2012

Into The Wild Barcelona: El metro


Llevo muy mal lo del metro. Es seguramente lo que menos me gusta de Barcelona.
 Tengo tantas cosas que decir sobre el metro… Empezando por que tengo diez minutos de camino a la parada más cercana. Cuesta arriba. Y otros 25 en el cacharro maloliente hasta la universidad (otra institución de la que hablaré en otro momento, cuando ordene todas las quejas que tengo sobre ella).
    Odio el metro porque me muero de pena cada vez que el tren de la vía contraria viene para llevarse a los ejecutivos impacientes como si los barriese; y me quedo siempre sola, con las rodillas contra el pecho en uno de los bancos de mármol gris. Sí, lo sé, una imagen muy patética.
    Odio el metro porque siempre lo cojo al revés y me veo obligada a coger muchos más para rectificar, y por cada tren que cojo aumenta mi odio.
    Odio el metro porque lo odio y porque sí, y porque huele a humanidad. Pero a humanidad de la que no sabe lo que es la ducha ni el desodorante ni las colonias. Y hace calor, pero también hace frío. Y nunca hay sitio. Odio el metro porque la gente es muy sosa, y porque lo odio y porque punto. 

 Llegará el día que entre en el vagón más lleno del ferrocarril de las 9h25 y me ponga a gritar que ODIO EL METRO. O bien me arrancaré a cantar entre la multitud, como llevo pensando algunos días.
    Cantaré, bailaré y cuando todos me estén mirando con expresión de indiferencia o diversión, les diré que se unan. Entonces bajarán la mirada y seguirán con sus libros electrónicos, sus teléfonos inteligentes y demás aparatejos que algún día harán interferencia con las catenarias.
    Y para cuando regresen a sus casas ya no se acordará nadie de la loca que se puso a cantar y gritó que odiaba el metro.
    Me bajo en la siguiente parada.
P.D.: Me encanta el metro porque es el único rato que tengo para escribir.



miércoles, 7 de noviembre de 2012

Screugneugneu.


Últimamente, no sé por qué, me despierto cantando canciones de Pereza. Sí, Pereza, aquel grupo formado por dos divas de nombres canis que se dedicaban a vestir pitillosasfixiapiernas y a hacer como que eran los Simon & Garfunkel* españoles. Bueno, quizás me he pasado  un poco con la comparación.
El caso es que me hace gracia porque hace siglos – y cuando digo siglo es siglos- que no escucho una canción suya. Pero para eso sirve la memoria a largo plazo, para que se almacenen las letras de una canción viejérrima en algún recóndito lugar del cerebro y un buen día, siglos después, te levantes y veas una frase flotando en nosesabebiendónde.
Estás perdido, porque te pasarás la mañana cantando exclusivamente ese cacho de canción – el resto de la letra no se almacenó bien en su momento- pero no te darás cuenta de que estás cantando lo que estás cantando hasta que hayas salido de casa y veas que lo que murmuras no sigue la letra de la nueva canción de Mumford & Sons.
Coño. Qué alegría, que buen día, qué bueno tenerte, qué  bien estoy, quién me lo diría. Cada díaaaaaa que sale el sol salgo a verte.
O bien Si quieres bailamos, me pongo los zapatos y me llevas, y me llevas contigo, por este mundo oscuro y desconocido del compás. Olvidarnos del tiempo perdido, despertar y ver que aún estás.
O mejor aún Ya no sé qué contarte que no te haya contado ya. Ya no sé que besarte que no te haya besado ya.
Entonces me enfado, porque yo no quiero cantar estas frases que siempre hablan de lo mismo y que no se corresponden para nada con mi estado de ánimo actual.
He llegado hoy a la conclusión – perdonad el retraso; ya sé que vosotros lo sabíais ya porque sois todos muy listos- de que todas las malditas canciones del mundo hablan de amor.
Yo no quiero que me hablen de amor. Quiero que me den amor. No sé a vosotros, pero a mí no me ayuda nada que Leiva, Rubén, Bob Dylan, Andy & Lucas o qualsevol  otro rey u otra mierda de cantantucho me cuente nada sobre el amor. No quiero que escriban letras para que me sienta identificada. Ahora mismo no quiero, y es lo que menos necesito.
 Así que si mañana puedo despertarme recitando la tabla periódica, que es de todo menos amor, mejor que mejor.
Y a los demás, ya que os sobra tanto amor, venid a dármelo a mí. Pero con sinceridad.

*Tremebunda exageración. Se quedaron por debajo de la altura del betún más profundo estos 'mataos' españoles. 

lunes, 5 de noviembre de 2012

Yo sólo quiero que venga Celia y se coma un bizcocho conmigo. No pido más que eso.

¿Y qué si me quiero terminar el bizcocho de zanahoria entero?¿Y qué si me miran mal en el comedor?¿Y qué si quiero volver a casa?¿Y qué si siempre he sido una chica amarga, que no amargada, no confundáis? El chocolate negro también es amargo y resulta que es el mejor para la cabeza. 
Haced el esfuerzo de entenderme, por favor. No pido más que eso. 


sábado, 3 de noviembre de 2012


Me pasa a menudo. Y sé a que vosotros también. Empiezas a notar cómo se te hinchan los ojos y sabes de sobra que te vas a echar a llorar en cuanto te metas en la cama. Mientras que cualquier otra noche te quedarías hablando con tu madre en la habitación, hoy sólo quieres librarte de ella para poder (des)ahogarte tranquila bajo el edredón que te conoce casi mejor que ella.
 Te enfundas en la colcha de colores de Ikea sonriendo para que no se dé cuenta de que vas a reventar en cuanto apague la luz. Le das las buenas noches como cada día, con cara de que nada te preocupa y de que vas a apoyar la cabeza en la almohada. Y es verdad, la vas a apoyar, pero también la vas a mojar. Y después sabes que te dormirás  porque llorar siempre te ha dado sueño.
No quiero volver a Barcelona porque esta tarde he estado con Sara y me ha dicho que me echa de menos, porque mi madre también me lo dice, y porque Nerea no se encuentra bien y quiero pasarme la semana entera dando paseos con ella, y con Celia, y con Pablo, y con Elena, y quiero ir a comprar libros con Papá Soñador, y perderme por esta ciudad que conozco como la palma de mi mano, y comer en casa, y discutir en casa y dormir en casa y no tener que echar de menos nada salvo a los que están fuera. Pero resulta que la que está  fuera soy yo y que no hay paseos con nadie, más que con mi arrepentimiento.
Me he columpiado. Mucho.
Ya nadie baila “de lejos por ti, porque te quiero”.

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