sábado, 24 de noviembre de 2012
martes, 20 de noviembre de 2012
domingo, 18 de noviembre de 2012
sábado, 17 de noviembre de 2012
Somos un desastre.
Érase que se era una vez, dos y tres veces un niña imantada-
Vivía en una casa de paja, sin ningún tipo de eletrodoméstico y estudiaba allí por su cuenta porque si salía a la calle, todo lo metálico acababa pegándose al imán que colgaba de su pecho
Se hartaba de que todos la miraran como si llevase un imán gigante en la cara.
Oh,oh. Era justo eso lo que ocurría.
No era justo que se rieran de ella. El vecino tenía alas y dos calles más abajo vivía Betty, la niña de las zanahorias en la cabeza.
Pero no se reían de ella por tener un imán. Aquello era lo menos importante.
Se reían de ella porque era diferente, porque se paseaba con un libro en la mano, bailaba por la calle y cantaba en el autobús.
Por eso decidió que no quería salir de casa. Al principio no le importaba lo que pensaran de ella, pero acabó afectándole mucho.
Hasta el día en que tuvo que salir a comprar manteca de cacahuete a la tienda de la esquina porque se le habían acabado las reservas de la despensa.
Al entrar, agachó la cabeza para evitar cruzarse con las miradas de los demás niños, y cuando llegó al pasilo de las mermeladas se encontró con un chico al que no había visto nunca. Estaba bailando y cantando, con unos auriculares de diadema rojos en la cabeza.
La niña imantada sonrió y él se quitó el auricular de una oreja, le tendió la mano y dijo: "Hola, soy el amante guisante!"
Y fueron felices y comieron manteca de cacahuete con galletas Oreo!
Fiiiin ^^
viernes, 16 de noviembre de 2012
miércoles, 14 de noviembre de 2012
martes, 13 de noviembre de 2012
PEQUEÑECES
Yo no veo lo que ve todo el mundo en el Paseo de Gracia. No me fascinan los edificios descomunales, ni las tiendas caras, ni la Pedrera, ni la Casa Batlló. No me fijo en los grupos de japoneses con cámaras, ni en la cantidad de luces de Navidad que cuelgan apagadas entre las dos aceras.
Es todo tan desproporcionado que no me queda más remedio que perderme en las cosas pequeñas:
En la chica de los ojos grises que anda deprisa y con mala cara para llegar a la farmacia.
En las diminutas flores naranjas que adornan algunos tramos en medio de todo el gris.
En los zapatos de charol rojo de estilo años 20.
En que hay un McDonalds entre dos tiendas cuyo nombre nombre no recuerdo, pero seguro carísimas.
En la bicicleta con silla para un niño que está enganchada a la señal de "No estacionar. Se avisa a grúa.".
lunes, 12 de noviembre de 2012
Into The Wild Barcelona: El metro
Llevo muy mal lo del metro. Es seguramente
lo que menos me gusta de Barcelona.
Tengo tantas cosas que decir sobre el metro… Empezando por que tengo diez minutos de camino a la parada más cercana. Cuesta arriba.
Y otros 25 en el cacharro maloliente hasta la universidad (otra institución de
la que hablaré en otro momento, cuando ordene todas las quejas que tengo sobre
ella).
Odio el metro porque me muero de
pena cada vez que el tren de la vía contraria viene para llevarse a los
ejecutivos impacientes como si los barriese; y me quedo siempre sola,
con las rodillas contra el pecho en uno de los bancos de mármol gris. Sí, lo
sé, una imagen muy patética.
Odio el metro porque siempre lo
cojo al revés y me veo obligada a coger muchos más para rectificar, y por cada tren
que cojo aumenta mi odio.
Odio el metro porque lo odio y porque sí, y porque huele a humanidad. Pero a humanidad de la que no sabe lo que es la ducha ni el desodorante ni las colonias. Y hace calor, pero también hace frío. Y nunca hay sitio. Odio el metro porque la gente es muy sosa, y porque lo odio y porque punto.
Odio el metro porque lo odio y porque sí, y porque huele a humanidad. Pero a humanidad de la que no sabe lo que es la ducha ni el desodorante ni las colonias. Y hace calor, pero también hace frío. Y nunca hay sitio. Odio el metro porque la gente es muy sosa, y porque lo odio y porque punto.
Llegará el día que entre en el vagón más lleno del ferrocarril de las 9h25 y me ponga a gritar que ODIO EL METRO. O bien me arrancaré a cantar entre la multitud, como llevo pensando algunos días.
Cantaré, bailaré y cuando todos
me estén mirando con expresión de indiferencia o diversión, les diré que se
unan. Entonces bajarán la mirada y seguirán con sus libros electrónicos, sus
teléfonos inteligentes y demás aparatejos que algún día harán interferencia con
las catenarias.
Y para cuando regresen a sus
casas ya no se acordará nadie de la loca que se puso a cantar y gritó que odiaba
el metro.
Me bajo en la siguiente parada.
P.D.: Me encanta el metro porque
es el único rato que tengo para escribir.
miércoles, 7 de noviembre de 2012
Screugneugneu.
Últimamente,
no sé por qué, me despierto cantando canciones de Pereza. Sí, Pereza, aquel
grupo formado por dos divas de nombres canis que se dedicaban a vestir pitillosasfixiapiernas
y a hacer como que eran los Simon & Garfunkel* españoles. Bueno, quizás me he pasado un poco con la comparación.
El caso es
que me hace gracia porque hace siglos – y cuando digo siglo es siglos- que no
escucho una canción suya. Pero para eso sirve la memoria a largo plazo, para
que se almacenen las letras de una canción viejérrima en algún recóndito lugar
del cerebro y un buen día, siglos después, te levantes y veas una frase flotando
en nosesabebiendónde.
Estás
perdido, porque te pasarás la mañana cantando exclusivamente ese cacho de
canción – el resto de la letra no se almacenó bien en su momento- pero no te
darás cuenta de que estás cantando lo que estás cantando hasta que hayas salido
de casa y veas que lo que murmuras no sigue la letra de la nueva canción de
Mumford & Sons.
Coño. Qué alegría, que buen día, qué bueno tenerte,
qué bien estoy, quién me lo diría. Cada
díaaaaaa que sale el sol salgo a verte.
O bien Si quieres bailamos, me pongo los zapatos y
me llevas, y me llevas contigo, por este mundo oscuro y desconocido del compás.
Olvidarnos del tiempo perdido, despertar y ver que aún estás.
O mejor aún Ya no sé qué contarte que no te haya contado
ya. Ya no sé que besarte que no te haya besado ya.
Entonces me
enfado, porque yo no quiero cantar estas frases que siempre hablan de lo mismo
y que no se corresponden para nada con mi estado de ánimo actual.
He llegado
hoy a la conclusión – perdonad el retraso; ya sé que vosotros lo sabíais ya
porque sois todos muy listos- de que todas las malditas canciones del mundo
hablan de amor.
Yo no quiero
que me hablen de amor. Quiero que me den amor. No sé a vosotros, pero a mí no
me ayuda nada que Leiva, Rubén, Bob Dylan, Andy & Lucas o qualsevol otro rey u otra mierda de cantantucho me
cuente nada sobre el amor. No quiero que escriban letras para que me sienta
identificada. Ahora mismo no quiero, y es lo que menos necesito.
Así que si mañana puedo despertarme recitando
la tabla periódica, que es de todo menos amor, mejor que mejor.
Y a los
demás, ya que os sobra tanto amor, venid a dármelo a mí. Pero con sinceridad.
*Tremebunda exageración. Se quedaron por debajo de la altura del betún más profundo estos 'mataos' españoles.
*Tremebunda exageración. Se quedaron por debajo de la altura del betún más profundo estos 'mataos' españoles.
lunes, 5 de noviembre de 2012
Yo sólo quiero que venga Celia y se coma un bizcocho conmigo. No pido más que eso.
¿Y qué si me quiero terminar el bizcocho de zanahoria entero?¿Y qué si me miran mal en el comedor?¿Y qué si quiero volver a casa?¿Y qué si siempre he sido una chica amarga, que no amargada, no confundáis? El chocolate negro también es amargo y resulta que es el mejor para la cabeza.
Haced el esfuerzo de entenderme, por favor. No pido más que eso.
sábado, 3 de noviembre de 2012
Me pasa a menudo. Y sé a que vosotros también. Empiezas a
notar cómo se te hinchan los ojos y sabes de sobra que te vas a echar a llorar
en cuanto te metas en la cama. Mientras que cualquier otra noche te quedarías
hablando con tu madre en la habitación, hoy sólo quieres librarte de ella para
poder (des)ahogarte tranquila bajo el edredón que te conoce casi mejor que
ella.
Te enfundas en la
colcha de colores de Ikea sonriendo para que no se dé cuenta de que vas a
reventar en cuanto apague la luz. Le das las buenas noches como cada día, con
cara de que nada te preocupa y de que vas a apoyar la cabeza en la almohada. Y
es verdad, la vas a apoyar, pero también la vas a mojar. Y después sabes que te
dormirás porque llorar siempre te ha
dado sueño.
No quiero volver a Barcelona porque esta tarde he estado con
Sara y me ha dicho que me echa de menos, porque mi madre también me lo dice, y
porque Nerea no se encuentra bien y quiero pasarme la semana entera dando
paseos con ella, y con Celia, y con Pablo, y con Elena, y quiero ir a comprar
libros con Papá Soñador, y perderme por esta ciudad que conozco como la palma
de mi mano, y comer en casa, y discutir en casa y dormir en casa y no tener que
echar de menos nada salvo a los que están fuera. Pero resulta que la que está fuera soy yo y que no hay paseos con nadie, más
que con mi arrepentimiento.
Me he columpiado. Mucho.
Ya nadie baila “de lejos por ti, porque te quiero”.
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