sábado, 11 de enero de 2014

Me he montado en el tren porque he digerido mal Barcelona, me ha caído pesada en el estómago, y en general en el pecho y la garganta. Necesito que Zaragoza me arrope con su calor de madre incondicional, que me acune entre sus brazos de abuela mientras me cuenta alguna historia de cuando las calles eran de adoquines y había que subirse al tranvía en marcha. Necesito acurrucarme en el regazo templado de la ciudad pequeña y acogedora en la que nací y cuya familiaridad y tranquilizadora rutina no supe apreciar hasta después de haberme marchado. Es ahora cuando descubro que las calles desordenadas de Zaragoza son el mejor lugar para crecer, entre plataneros enormes en primavera y niebla espesa en invierno. Y es ahora cuando necesito que me arrulle el sonido del canal que hay a una calle de mi casa y el viento me mezca sin hacer preguntas. Por eso me he montado en el tren, para dejar, al menos por un fin de semana, la sensación de estar desarmada y protegerme entre las paredes llenas de libros, entre los abrazos de mamá y los sermones una y otra vez repetidos por mi padre, entre el té de después de comer y el café de media tarde, entre los apuntes de fonología de Celia, la barba naranja de Leo y la napolitana del domingo. 

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Holaholahola,

    Como vives en Barcelona, me preguntaba si conoces algún sitio donde alojarme unos días en plan low cost, o qué zona me recomiendas para buscar un hotel o albergue de cara a visitar la ciudad.

    ¡Gracias!

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