sábado, 21 de julio de 2012

El mar se siente menos solo en toda su inmensidad que yo con todos mis huesos.





Me gustaría que las pisadas estuvieran  rellenas pero hace tiempo que ningunos pies caminan al lado de los míos. Lo sé, pero no quiero reconocer que cuando todos van al Norte yo voy hacia el Sur. Y también sé que soy yo la que respondió que prefería ir sola cuando los demás se ofrecieron a acogerme en su seno para la gran travesía.
El resultado es que camino con la única compañía de mi respiración, al borde la espuma, mientras canturreo Porcelain sin que nadie me haga los coros. Pienso que tengo bastante con ello y que nada puede pasarme si sigo el rastro de las gaviotas tarareando esa canción, que una vez significó mucho.
Pero la realidad es que el mar se siente menos solo en toda su inmensidad que yo con todos mis huesos. Porque se me han helado. Se me han helado a más de 30 grados con humedad, algo de lo que no muchos pueden presumir. Siempre he tenido la temperatura de los peces, pero esta vez he llegado hasta el fondo de los océanos. Y allí hace(s) frío. Y está(s) oscuro.

martes, 17 de julio de 2012

.


Supongo que esto funciona así: si naces en California tienes que aprender a hacer surf. Si naces en Zaragoza, tienes que aprender a buscarte un entretenimiento en una ciudad pequeña y aburrida para los jóvenes.
Naces en América y sabes que tendrás que recorrer mil tiendas para encontrar un vestido para el baile del instituto (lo que ellos llaman ‘prom’). Pero naces en Zaragoza y sabes que soñarás toda tu vida con ir a uno de esos bailes americanos que has visto en las películas, aunque pueda sonar cursi. Supongo que ocurrirá lo mismo en todo el mundo; el lugar en el que naces determina los hobbies y el estilo de vida que vas a tener, aunque a ti no te apetezca que sea ese.
Y supongo que todos preferimos las cosas que hacen en otros continentes/países/loquesea porque siempre nos parece que son mejores.
En mi caso creo que tengo razón al querer haber nacido en California y haber aprendido a surfear o a ser animadora y llevarme de calle al quarterback del equipo de football americano. Me da lo mismo si os suena tópico o cursi o repelente. Sé que todas las mujeres soñamos con ese tipo de vida que no sólo sale en las películas  sino que existe de verdad, y yo lo estoy viendo con mis propios ojos.
Eres americano y tendrás un portátil Apple sea cual sea el precio, un iPhone 4S, una casa unifamiliar con piscina y barbacoa, un coche por cada miembro de la familia, y aprenderás a surfear porque serás el típico californiano rubio de ojos  verdes y piel dorada, pero te pasarás al skateboard en otoño y al snowboard en invierno porque estudiarás en otro estado cueste lo que cueste, y te graduarás tirando el birrete al aire mientras arrastras la toga por el suelo y brindas con la cerveza que te ha consentido beber tu padre porque ya tienes un trabajo que te permite independizarte y comprar tu propio piso moderno y otro coche porque has tenido el tuyo desde los 16 años, y ganas más dinero del que cualquier español verá en su vida en estos momentos, y seguirás siendo guapo y tu belleza aumentará conforme pasen los años, porque para los californianos el tiempo no pasa de la misma forma. Porque ellos viven en California, Estados Unidos, América. Y no viven mejor, ni peor, ni más, ni menos, pero viven tal y como les toca por el simple hecho de haber nacido allí, a orillas del mar.

Sé que está mal escrito y que no es mi estilo escribir así, pero necesitaba desahogarme porque estoy viendo cosas demasiado diferentes a Europa  y más parecidas a las películas que he visto de lo que yo esperaba. 

sábado, 14 de julio de 2012


Caperucita y el lobo.


No era por la brisa detrás de tus orejas ni por el ojo encajado en el rabillo para ver qué se cocía tras esa parte del cuerpo que tanto te intrigaba. No era por la arena bajo tus pies, ni por el nombre que acababas de escribir en ella y que la marea había ahogado entre su espuma contaminada. Tampoco era por la tobillera que te había regalado el verano pasado y que no te quitaste hasta ese mismo día, cuando por fin el mar se tragó al ardiente sol como el lobo se hubiera tragado a Caperucita de no ser por el cazador. No era por ese extraño color anaranjado de la luna que anunciaba un calor asfixiante para los días siguientes, ni por su forma de sonrisa descolgada del cielo. No era por el bañador mojado, goteando en la playa como gotean las cañerías del fregadero. No era el velero que navegaba en el horizonte con una sola vela arrugada. No era por la última familia que quedaba en aquél lugar y que ya recogía las sombrillas después de una tarde como otra cualquiera, con los niños y las sillas plegables a cuestas.
Era por sus susurros detrás de tus orejas, por los ojos cerrados mientras tú le acariciabas esa otra parte que tanto le gustaba. Era por las sábanas calientes, y por todos los nombres que se había inventado cada noche para ahogarte en sus juegos de palabras y que finalmente quedaron enterrados debajo del colchón. Era por la tobillera que ella te había deslizado entre los dedos de los pies pidiéndote que la llevaras para acordarte de sus ojos contaminados de volatilidad cada vez que la miraras.  Era por la negrura de su pelo corto y revuelto que te gustaba acariciar durante días y por su sonrisa tristona. Era por sus bragas en el suelo y tus calzoncillos debajo de la cama, cogiendo polvo durante semanas. Era por lo solo que te quedabas cuando ella se iba, con el corazón arrugado. Era por la última vez que ella se fue, después de una tarde como otra cualquiera, con los párpados a cuestas. Con la vida a cuestas.
Porque, al fin y al cabo, ella siempre había sido el lobo. Y tú Caperucita. 


sábado, 7 de julio de 2012

Big Man


Miércoles, 4 de julio de 2012

            Me trasladaron dos noches a casa de otra familia porque Peggy y Dave se pusieron malos y no querían contagiarme, así que pasé unos días con Judy y Roy, un matrimonio ya viejuno con unas costumbres completamente distintas a las de mi primera familia.
A parte de vivir en un sector más tradicional, en una casa más bien antigua con un estilo muy convencional, son extremadamente religiosos y me chocó que rezaran antes de empezar a comer pues nunca había visto hacer tal cosa. Pero eso no es todo: las paredes de la vivienda están decoradas con citas de la Biblia y hay réplicas del libro sagrado por todas partes (y cuando digo por todas partes es por todas partes, baño y coche incluídos). Confieso que me asusté al principio porque no estoy acostumbrada a semejante devoción, pero Judy y Roy son unas personas maravillosas.
El 4 de julio nos llevaron a una barbacoa en casa de unos amigos y qué sorpresa (o decepción) nos llevamos al ver que eran todo personas mayores. Pero la cosa cambió cuando, tras bendecirnos de todas las maneras y contarnos alguna milonga religiosa, descubrí que esa especie de secta católica está relacionada con coches antiguos. Sí, por rara que parezca esta mezcla, todos los allí presentes, además de devotos hasta extremos inconcebibles, tienen coches viejos, de esos que emocionan por lo bonitos y elegantes. Qué afortunada me siento ahora que he podido ver Fords, Camaros, Cadillacs, Chevrolets y demás casas famosas de coches antiguos, a cuál más bonito.
Roy me ha explicado que él era mecánico hasta que se lastimó la muñeca y que ahora se dedica a comprar vehículos antiguos ‘en ruinas’ para restaurarlos y después venderlos por el doble o el triple de su precio de compra. Me parece un trabajo de lo más gratificante, además de rentable, puestos a hablar de dinero.
De hecho ahora está restaurando un Chevrolet de color aguamarina que me dejó sin respiración cuando me lo enseñaron. Pero ese se lo van a quedar, no lo venderán.
            Roy es un amor de hombre, aunque no lo parece cuando ves a un Big Man enorme, alto y bien gordito con unos papos increíblemente rellenos y el labio inferior carnoso y salido.  No habla apenas pero conmigo se prestó a conversar y mientras esperábamos a que empezaran los fuegos artificiales en un parque, los dos con la misma cazadora porque yo tenía frío y me dejó una igual que la suya (a él le quedaba bien, a mí me venía de vestido), me preguntó qué me gusta hacer cuando estoy en casa. Se le iluminaron, aún más  si cabe, esos ojos azules celeste que tiene escondidos bajo unos arcos ciliares demasiado marcados al decirle que escucho música, “old blues and old jazz”. Entonces empezó a recordar, como si mi respuesta hubiera hecho saltar un resorte, y me contó que cuando era joven solía ir a los clubs donde los negros, que en aquellos tiempos eran víctimas de un racismo brutal, tocaban su música, su jazz y su blues. Y Roy se pasaba horas allí sentado.
No podía dejar de escucharle, me tenía totalmente absorta con su manera de hablar tan pausada, tan pesada, y tan cautivante al mismo tiempo. Por un momento pude imaginarme a Big Man, acomodado en uno de esos asientos acolchados de color burdeos en un club americano antiguo con luz tenue y un pianista o un saxofonista negro a escasos metros.
Lo envidié. Y sentí nostalgia por él. Y por mí.




martes, 3 de julio de 2012

San Diego, CA (V)


     Lunes,  3 de julio de 2012

     Peggy y Dave me han vuelto a dejar sola en casa, lo cual no m hace ninguna gracia porque llevo encerrada desde que llegué el viernes y me muero por ver la ciudad. La verdad es que estoy decepcionada porque esperaba que se ocuparan más de mí. Pero bueno, todavía quedan 25 días por delante y estoy convencida de que haremos muchas cosas y muy interesantes. Por lo pronto pasado mañana creo me van a llevar al desfile del 4 de julio, aunque se ha estropeado el coche, pero confiamos en que lo reparen pronto.
    Ayer conocía al hijo de la familia, Blaine, y a sus amigos. Blaine es uno de esos chicos que te dejan sin respiración de lo guapos que son: el típico californiano rubio de ojos verdes y piel morena, con una atractiva belleza andrógina que termina de elevarlo a uno de los puesto más altos en la categoría de varones ‘de toma pan y moja’. Pero pierde todo su encanto cuando te fijas en que lleva el cuello de la camisa subido y se toca el pelo cada dos por tres. No hay peor cosa que los chicos que son guapos y que son conscientes de ello. Creo que lo llaman narcisismo.
En cambio uno de sus amigos (Derryl/Darryl/Derryck/Darryck, no logré comprenderlo) me sorprendió de otra forma. Si bien al principio no me fijé siquiera en él porque me pareció un chico del montón, al final acabé ‘enamorada’* porque se preocupó de darme conversación y estuvimos hablando de música hasta que el muy cabrón se fue porque tenía entradas para ver a Beach House.
Creo que ya sé qué tipo de chico es el que me gusta, en cuanto  al físico: alto, fuerte (no digo musculado, sino grande, con algún kilo de más incluso), barba, y cara de niño. Luego tiene que tener cerebro, claro está.
Bueno, pues D es justo así, y encima lleva gafas. Se ha ofrecido a llevarme a una especie de concentración friki porque le dije que me encanta la gente ‘rara’ que hay en este país y allí debe de haber montones de pirados de los que me gustan.
            En fin, otro amor fugaz al que echo de menos.


P.D.: me siento como una adolescente tonta con un diario tonto, pero esto es lo que se supone que hacen las nenas americanas, ¿no?




*Enamorar en el sentido en que yo me enamoro, así de repente y sin venir a cuento, de cualquiera persona que se cruce en mi vida. No me malinterpretéis. 

domingo, 1 de julio de 2012

San Diego, CA (IV)


     Me siento como en una película. Se acaba de sentar a mi vera, porque yo le he ofrecido asiento, un militar guapérrimo y lo primero que ha hecho ha sido sacar una biblia de bolsillo con la cubierta de camuflaje, a juego con su uniforme. No soy creyente pero me enternece que los hombres valientes como él confíen todavía en una presencia después de haber visto la guerra.
Aunque lo que más ternura me da es que, entre todo ese color caqui que tiñe sus botas, pantalón, camiseta, cazadora y mochila, de ésta sobresale la cabeza marrón de una jirafa de peluche, lo que me lleva a pensar que vuelve a casa con un regalo para su hija, a quien arropará y leerá un cuento de hadas olvidando cualquier atrocidad que haya podido ver allá de donde viene este apuesto militar de origen mexicano.
Ha decidido que quería entablar conversación conmigo y hemos estado cerca de media hora hablando sobre San Diego puesto que a él lo “crecieron” allí aunque nació en Tijuana. Ahora sé que vuelve a casa después de siete meses confinado en “un hoyo” en el sur de España porque me lo ha contado todo en un “español muy feo” que a mí me parece de lo más bonito con ese acento dulce y cantarín que tienen los mejicanos.
Estas cosas que me pasan de enamorarme de cualquier transeúnte… Lo gracioso es que puedo echar de menos a esos amores fugaces más de lo que echo de menos a mi familia, amigos, o incluso a Leo.

Colaboradores