Hoy no vengo a hablar de
mi exilio francés. Hoy vengo a hablar de los exiliados. De mis amigos
exiliados.
La suerte ha querido que mis medias
naranjas, y lo digo en plural porque tengo la fortuna de tener más de una, sean
escurridizas. La suerte quiso que las conociera y se conectaran a mí como por
arte de magia y quiso que después se me escaparan, más tarde o más temprano,
más cerca o más lejos. El caso es que se me exiliaron, haciendo más pesada el
ancla que me tiene amarradita a esta tierra que siento mía y no lo es. Hablo de
España, no de Francia. Quizás intentaban decirme que mi sitio, como el de
ellos, está en cualquier otra parte, y que también yo puedo ser ciudadana del
mundo, hija de un planeta que nos tiene reservados a cada uno uno o varios lugares
de exilio voluntario. Porque son exiliados por voluntad, no por obligación. Algunos,
aunque me cueste creerlo, fueron exiliados cuando yo los conocí y si están
lejos es porque han vuelto a su suelo natal. Pero para mí siguen siendo
exiliados, exiliados de mí.
Hace diez meses Lena se
montaba en un avión a Alemania, acababa su exilio más que voluntario en
Barcelona, donde habíamos conectado a través del baile y de los bizcochos.
Hace medio año Miguel me
despedía en la Plaza de la Revolución porque su exilio también buscado llegaba
a su fin, con mucho pesar porque se sentía más de aquí que de allá a veces.
Pero su Quito natal lo llamó para llenar las páginas de los periódicos de sus
reconfortadoras palabras, que por suerte me llegan a mí a pesar del agua que
nos separa.
Hace dos meses lloraba
al contarle a Leo que Amaranta, a la que conocía desde apenas unos días, se regresaba a México a cuidar de los
atardeceres en Cancún. Ahora tengo la oportunidad de tener mi móvil repleto de
fotos de playas de arena blanca y agua transparente.
Hace unos minutos, mi
alma gemela aparecía en la pantalla del ordenador contándome su feliz exilio en
Viena y sus próximos proyectos de exilio al otro lado del gran charco. Lo malo,
y lo bueno también, de mi amistad con Bea es que es una amistad basada en la
condena de echarse de menos cada día.
Lo volátil es bonito. Lena, Miguel,
Amaranta y, sobre todo, Beatriz son volátiles. Son bonitos.
Os echo de menos.
Guardadme el exilio.
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