Lo que mejor me describe es un párrafo sin orden ni concierto, los gatos negros en noches de tormenta eléctrica, las cucharillas de helado en la boca o en una tarrina de helado de regaliz de la heladería que en un futuro heredaré. Bailar y teatrear, que, al fin y al cabo, son una misma cosa; fotografiar en blanco y negro y vivir en blanco y negro, con algún color de vez en cuando, rojo amapola en mis labios de piquito, o marrón castaña en las botas que siempre calzo. Las obsesiones. Obsesión por los zapatos, obsesión por el pelo corto y oscuro, obsesión por los ojos, obsesión por las personas zurdas, por los nombres, por las fechas, por las margaritas, por los girasoles, por noviembre, por la lluvia, por el frío, por el trece, por el doce. Obsesiones porque sí y obsesiones porque no. Obsesión por las mujeres, por Almudena, por Rosa, por Lizzie, por Amélie, por Jenny, por Lulú, por Maitena, por Lourdes, por Annie H., por Matilde, por mamá… Por las que viven dentro de mí, Sabina, Iria, Luna, Vértigo, Dorian y tantas otras más...Y obsesión por algunos varones, por Supertramp, por Yann, por Eddie, por Jack, por Holden, por Johnny, por Astor. De todos los colores y de todas las formas. De todos los tejidos y de cualquier procedencia, aunque mejor de un lugar en el que se pueda soñar con libertad y vivir con imaginación. De un mundo en el que quepan ladrillos rojos, ventanales enormes, mares salados, y dulces, y lunas de cuento, abrazos de oso, besos de película, manos huesudas, ríos de tinta, hojas en blanco, renglones torcidos, músicas independientes, respiraciones agitadas, jadeos, latidos, mordiscos, caricias, un tú, un yo; y ,¿por qué no?, un nosotros; un ahora, un futuro, muchos desayunos, sábanas revueltas, calientes, húmedas, ovillos de lana mojada, jerseys muy viejos, pantalones muy altos, cantidades industriales de vestidos con vuelo, de encaje, de negro, con manga francesa y espalda de bailarina, sin mucho tacón, mejor descalzos. Y barcos de papel, muchos barcos de papel. Y de cáscara de nuez.